Resulta que en uno de los encuentros de Sartre con los intelectuales cubanos, un entonces joven escritor de nombre Humberto Arenal le preguntó su consideración acerca de cómo la Revolución cubana cambiaría la posición de América Latina hacia los Estados Unidos. Recordemos entonces la felonía de la OEA ( salvando la excepción del gobierno mejicano) y el intento de aislar al naciente estado revolucionario cubano.
La respuesta visionaria de Sartre a aquella pregunta visionaria ponía de manifiesto su confianza absoluta en el cambio del pensamiento político de América Latina y en la comprensión a la postre de que el proceso integrador de los pueblos al sur del río Bravo sería la única alternativa para enfrentar el papel hegemónico y neocolonizador del gigante del Norte y alcanzar al fin la verdadera y definitiva independencia.
Lo interesante es que tales presupuestos no fueron declaraciones finales de una reunión de estadistas, politólogos, ni altos funcionarios. Fue una conclusión en una pequeña sala donde conversaban los escritores cubanos con el filósofo francés.
Como les dije, Sartre rechazó el premio Nobel aduciendo que la acción del hombre y la cultura no necesitaba intermediarios. Sin embargo, posiciones filosóficas aparte y teniendo en cuenta que hasta los filósofos también viven del pan, reclamó con toda elegancia el dinero del premio.
Y hasta aquí lo que les cuento escrito bien de prisa y de memoria.
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