Parece una broma… pero, desgraciadamente, en el actual tercer milenio de la Humanidad resulta una verdad que hiere los sentimientos.
Autor: Alexis Schlachter | schlachter@enet.cu
El colonialismo parece cosa del pasado.
Y lo es en un sentido: la década de los 60 del siglo XX marcó el principio de su declive con la liberación de numerosos pueblos que accedieron a la independencia formal, particularmente en África y América. ¿Secuelas? Muchas. La pobreza, el escaso o nulo desarrollo industrial, analfabetismo, enfermedades… en fin, esto resulta harto conocido para cualquier persona del milenio tres.
Lo que no lo es tanto es que existe un flanco donde sobrevive hasta nuestros días, de manera silenciosa, casi inadvertida, una dramática historia de robo colonial de nombres en los mapas de todo el planeta. ¿Lo imaginó usted?
Se lo voy a demostrar con algunos ejemplos nada pequeños.
¿Cuál es la mayor altura de la Tierra? En cualquier diccionario, enciclopedia o libro de Geografía aparece unánime un solo nombre: el monte Everest con 8 484 metros de altura. Difícilmente aparece mencionado el sustantivo original que tuvo por siglos: Chomolungma, o diosa madre, en lengua tibetana. La majestuosa elevación compartida por Nepal y la región administrativa china del Tibet fue conocida así durante siglos hasta que el británico George Everest, director entre 1830-1843 de la Gran Medición Trigonométrica de la India registró, por primera vez, la posición de la majestuosa elevación y su altura exacta. Pero el hecho, relevante desde el ángulo científico, se refirió a la medición de la montaña Chomolungma y no fue sino hasta 1857 que el colonialismo británico decidió la suplantación de nombres e impuso el de Everest para honrar a uno de sus hijos.
Desde el punto de vista geográfico, y aún ético… ¿qué derechos, sino los de la fuerza y el poder, impusieron Everest como nombre oficial de la mayor elevación terrestre borrando el recuerdo del patronímico original? No olvidemos que la pobreza de los tibetanos y nepaleses impidió que en aquella época estos hicieran sus propios mapas y los difundieran por el orbe, todo lo contrario de Gran Bretaña.
Sin salirnos de ese contexto histórico recordemos la primera ascensión del hombre al Everest (o mejor aún, al Chomolungma). De nuevo diccionarios, enciclopedias y libros de texto señalan a la expedición británica encabezada por el coronel John Hunt con el neozelandés Edmund Hillary y el sherpa o guía nepalés Tenzing Norkay como dos de sus integrantes. El 29 de mayo de 1953 conquistaron la cima… pero ¿quién llegó realmente al frente?, ¿quién fue el primero? Evidentemente el guía nepalés, quien encabezaba el difícil ascenso… pero la gloria la asumieron los otros.
Hillary obtuvo el título nobiliario de sir mientras Hunt, el de barón.
¿Y el sherpa? Bien, gracias…
Volvamos la vista ahora a otro punto de la geografía, esta vez en África. Se trata del famoso Lago Victoria, segundo de agua dulce en el mundo después del Lago Superior en el norte de América. Su nombre verdadero se pierde entre las diferentes lenguas habladas por Uganda, Kenia y Tanzania, países que bordean su geografía. “Descubierto” por el explorador británico John Hanning Speke en el año 1858 -las colmillases para no olvidar que los africanos conocían el lugar desde mucho antes- creyó llegar a la fuente principal del río Nilo y bautizó el lago con el nombre de su soberana.
No se preocupó Speke por recoger información acerca del sustantivo más extendido en la zona para designar al lago. Y como Victoria ha quedado en los mapas un lago que, sin duda, tuvo otra denominación autóctona, hoy perdida para la cultura y la historia africanas por obra y gracia de la mentalidad colonial. Más aún, dos países -Zimbabwe y Zambia- tuvieron durante casi una centuria no sus nombres propios en los mapas, sino el de un conocido y rico financiero británico que ayudó a expandir el poder colonial de su país: Cecil John Rhodes. Así aparecieron y se mantuvieron en los mapas, Rhodesia del Sur y Rhodesia del Norte, respectivamente, hasta bien entrado el pasado siglo.
Sin salir de las fronteras africanas encontramos en los mapas actuales el llamado lago Alberto, nombre que le puso el británico Samuel Baker en 1864 a ese punto de la geografía, en honor de Alberto de Sajonia-Coburgo-Gotha, príncipe consorte de la reina Victoria I; es la frontera actual entre Uganda y la República Democrática del Congo.
¿El nombre original del lago? Desconocido en los mapas actuales.
La capital de Liberia, también en África, fue fundada en 1822 por la Sociedad de Colonización Americana con el nombre de Monrovia, en honor al presidente estadounidense James Monroe, sin tener en cuenta la opinión de los esclavos libertos que la habitaron originalmente. No por gusto la bandera liberiana es casi copia fiel de la enseña de Estados Unidos de América.
¿Y qué decir del continente llamado América? ¿Tiene alguna relación ese nombre con algún pueblo de la región? En lo absoluto.
Es obra y gracia de un italiano llamado Américo Vespucio y el cartógrafo alemán Martín Waldseemüller. El primero realizó viajes al continente recién descubierto entre 1499 y 1502; dejó constancia de la novedad geográfica en cinco cartas que impresionaron mucho en su época. Tanto, que el germano Waldseemüller decidió en una Introducción a la versión latina de la Geografía del famoso griego Tolomeo nombrar América en honor del florentino a aquella nueva porción del planeta. Y la iniciativa prendió en la decisión de muchos cartógrafos que imitaron el nombre y lo multiplicaron en millones de mapas. Somos, pues, habitantes de un continente llamado América, por obra y gracia de dos europeos. En el fondo, una forma velada, silenciosa, de mentalidad colonial encubierta en la Geografía.
Es probable que en el mundo de la globalización de la solidaridad y de la justicia social, en un futuro no necesariamente lejano, los mapas de hoy adquieran nuevamente nombres preteridos, pero no olvidados completamente. El siglo XXI le dirá adiós definitivo al colonialismo en los mapas del planeta.